Una estría en cada parágrafo.
domingo, 1 de julio de 2012
lunes, 7 de mayo de 2012
Cambio de luces.
Me he interesado rotundamente en los hombres que nunca se han acostado con una puta, es que hay que ver que la gente es bien estúpida.
Había cambiado a verde, tenía que partir…
Era un lunes por la mañana como
cualquier otro para un ajetreado hombre de negocios. Era él un hombre alto, de
cabello negro y anteojos de color negro. Tenía esposa y dos hijas adolescentes.
Era completamente entregado a su familia y estaba muy feliz de esa manera.
Iba más somnoliento que nunca esa
mañana. Al llegar a la oficina se postró en su silla a leer sus deberes, un
montón de hojas en las que sólo veía un montón de líneas llenas de monotonía.
Estaba tan fastidiado que de un manotazo tiró todos los papeles que había en el
escritorio, encendió la computadora solo para ver a su familia como siempre
ahí, en el protector de pantalla. Se levantó de aquella silla y se inclinó a
mirar por su ventana, estaba en un décimo piso, la gente se veía como
hormiguitas, los autos pasaban a gran velocidad y él seguía ahí consumido por
el trabajo. De pronto una pequeña figura posada al lado del semáforo, (no podía
distinguirla bien pero llamaba su atención). Volvió a sentarse en aquella silla
a escribir, a imaginar lo que podía ser aquella mujer rubia que se posaba en la
calle. La imaginaba entrando a su oficina con aquella mini falda y montándola
como potra sobre su escritorio, domándola. << Tengo que volver a los
papeles, a los papeles >>
Al culminar su trabajo apagó su
computadora y ordenó el escritorio, bajó por el ascensor y tomó vía con su
carro, cuando de repente se topó con un semáforo. Y ahí estaba parada aquella
mujer que hace un rato había visto, de largas piernas, buen trasero y grandes
bustos, << muy grandes si se le permite decir>>. Él la veía con
recelo mientras ella mordía sus labios y coqueteaba con todos los que pasaban
por el lugar.
Dejó pasar a unos carros y espero
que el semáforo volviera a rojo, y cuando al fin estuvo frente a ella, se quedó
mirándola desde su auto, su mirada estaba completamente perdida en el cuerpo de
esta mujer. Ella se agachó como si fuese a recoger alguna cosa. Su falda se
subía mostrando el comienzo de sus grandes nalgas y él no dejaba de mirar
hipnotizado. << Eres uno de los más guapos que he visto por aquí, debes
coger como ninguno y te aseguro, que yo cojo como ninguna >>. El sueño se
rompió por el sonido de las bocinas que le avisaban que hacía rato que el
semáforo había cambiado a verde; tenía que partir.
Así no me gusta le dijo, y él se volvió al frente...
Ella ese día no se sentía lo muy
puta como para afeitarse las piernas, así que se las afeitó igual. Tomó su
labial rojo sangre y se lo aplicó, primero en el labio inferior (le gusta comenzar desde abajo) y luego
apretó los dos labios regándose el color. Tomó una falda negra que le habían
regalado hace tiempo cuando era actriz para un obra de teatro donde
interpretaba a una puta (Al parecer se sintió muy cómoda con el papel), se la puso, no pudo quitarse los ojos de encima,
no creía lo sexy que se veía “Quién
podría rechazarme” decía. Quién podría rechazarla.
Cada vez que el color rojo se colocaba, su corazón se
aceleraba como quien nunca ha visto a un humano salir de la alcantarilla, se
prepara con su mejor cara y prende un cigarro, al lado del semáforo los
clientes llegan con más facilidad. Los hombres en los carros no tardaban en
ofrecerse, pero a ella ninguno le gustaba, ella quería ser la puta de alguien
que nunca ha pensando en acostarse con una, le parece que es como quitar una
virginidad o que le están pagando para que se los viole. Los hombres le lanzaban propina a
pesar de que no les hiciera nada, el hecho de solo verla, ya los hacía
eyacular. Se mete el dinero entre los senos y los calienta, o los asfixia.
Nunca hay nada inusual en ese semáforo, no hay hombres que la hagan mujer,
miradas que la vuelvan ciega, ni besos que la despierten. Siempre estuvo
demasiado cerca, con una distancia de por medio.
En un momento de coqueteo y pequeños dedeos, su instinto la hizo parar y ver
hacia atrás, a los carros de allá, los que esperan a que el color cambie un
poco más lejos. El hombre a quién veía la hacía humedecer mucho, se veía sano,
bueno, entregado a su familia “Perfecto, al fin una familia a quien destruir”
pensaba. El semáforo cambió y ningún carro quería avanzar, la puta estaba haciendo
un show, de esos que no se pueden hacer. Un carro no hizo caso al semáforo, a
pesar de estar en verde, se puso de primero, al lado de ella, apartando su
lugar, mirándola. La puta notó que el hombre era el mismo que el de atrás, se
mojó, se enrojeció y aprovechó su nerviosismo para lanzar disimuladamente una
moneda, ella podría agacharse y mostrarle al hombre porqué es tan rico
acostarse con una puta. << Eres la mujer más bella que he visto, espero
tener la oportunidad de lanzarte en mi capote y hacert… >> Así no me gusta
le dijo, y él se volvió al frente.
Había cambiado a verde, tenía que partir: Wilson.
Así no me gusta le dijo, y él se volvió al frente: Valery.
viernes, 16 de marzo de 2012
Estanque a lo lejos.
A lo lejos, en el
cantar de la eternidad se oye viniendo
un zumbido tormentoso bajando de la oscuridad, una indeleble voz vestida de
plata con un cepillo de madera
refiriéndose a un tronco que daba vueltas sin parar, espantando su sombra
circular.
La lunilla albina siempre cepillaba sus canas, otras veces
del celaje como columpio se guindaba. Le gustaba alimentarse del sosiego de la
noche, los pájaros parecían tan callados, solo estaban en su nidal acurrucados.
Había un sonido que a ella siempre lograba impacientar, nunca lograba ubicarlo,
como si de un fantasma se tratase. Se divertía cuando una serpiente se
enrollaba en el cuello de una liebre. Todo era perfecto y memorable, las
luciérnagas alumbraban como faros, espumantes remolinos dejaban los cisnes al
nadar - ¡Qué traje tan fenomenal se pone
la naturaleza! – Refiriéndose así a la noche resguardando la pradera, aunque
las luces se apagasen todo seguía brillando. Los arboles no eran la excepción
en la belleza de aquel paisaje, todos con un sublime ordenamiento alborotado,
en filas, columnas, círculos ¡Geometría en todos lados! Ella conocía su bosque
de arriba abajo, siempre había sido su favorito en todos los siglos que llevaba de astro. Como todos en la vida, nunca vemos más allá de lo que está a simple
vista, Lunilla no era la excepción.
Esta era una noche tormentosa, las nubes que
estaban a sus pies tapaban por completo el espectacular bosque, desde su alto
taburete escuchaba como los truenos penetraban el viento, el sonido anclaba
temblores, como si del fin del mundo se hablase. Al pasar de las horas Lunilla
se saco las estrellas que se había introducido en los oídos para evitar el
sonido, Lunilla tiene unos sensibles sentidos, ya se había despejado su vista -
¡Pero por Dios, se ha derrumbado! – Para deshonra de todos, se trataba nada más
y nada menos que del árbol más viejo y grande de todo el lugar, él les daba
sombra en el día, evadía de alguna forma los poderosos rayos del sol, y los
hacía más sutiles y agradables. Qué pena, qué tristeza. La noche no terminó en
la caída del pobre, más sorpresas sucumbieron en el área, justo detrás de ese
tronco, justo detrás de su lomo había algo que no parecía encajar, algo que no
había visto y algo que podría responder sus preguntas de donde provenía aquel
extraño sonido que siempre la lograba extasiar. Había pasado por desapercibido
lo que podría llamarse el centro de atención del bosque ¿Cómo habría dejado
pasar por alto tan grande espacio? ¿Dónde vigilaba mi espalda al menguar? Me perdí
en la inmensidad de los árboles, no te había visto, tragaste hasta el
néctar del pasto. Las estrellas se miraron sin parar en el espejo de la
eternidad, las hojas secas navegantes se ocultaban en la orilla con cada
suspirar. La dulce brisa que se brindan los arbustos velaba un edén sin
estrenar. ¿Recibirás mi firmamento en cambio de tu espejo? Y allí estaba una
enorme laguna, se extendía por todo el área, charcos, cascadas, deleitable agua que salpicaba sus rocas desnudando al árbol tropezado bajo ellas. ¡Era un paraíso!
Una cascada hacía juego con el lugar. Unos castores habían
construido su hogar ya en la extremidad, el agua era cristalina como una
lágrima cóncava, había rocas de todos tamaños y colores, unas grandes como
montañas, otras como grumos de plastilina. Al parecer era la principal fuente
de vida en el bosque, allí se reunían todos para tomar un sorbo de agua, una
gota de vida. Habían también pecesillos de distintos colores; dorados, azules, verdes, rojos y otros
que los poseían todos, asomados en conjunto, viendo la superficie. Lunilla no
era la única impactada, todos los animales habían vivido las noches con una
oscuridad más negra que la normal, el árbol que acababa de derrumbarse hacía
sombra en todo el lugar. Así que parecía un milagro estar iluminados, todos
encandilados se quedaron viendo hacía el cielo. Lunilla se froto los ojos que
al parecer duraron mucho tiempo enmudecidos, toda su vida se había dedicado
solo a aquel espacio, a admirarlo y criticar ¿Es posible que lo más hermoso se
lo haya perdido? Sí, así lo hizo hasta esa noche. Miraba el bosque como un
lugar bonito pero normal, y esa noche hizo mejorar más sus pensamientos al
bosque, a cuestionarse de su buen ojo, sin notar la verdadera belleza que
estaba oculta por un envidioso pedazo de tronco que amortiguaba el calor de día
y congelaba la noche. Tristes ojos inocuos, que solo valoran al ver la flor y
no desde el día que se planto la semilla.
Gracias por sumergirte en este gran estanque conmigo querido @Diegodevoz.
domingo, 11 de marzo de 2012
Ser de piedra no es tan malo.
Ser de piedra no es tan malo, pensaba la gárgola
en su aposento mientras vigilaba la
noche. Con las articulaciones entumecidas aun podía estirar la sonrisa, aunque
la misma mueca siempre poseía. Hay muchos pájaros en vuestro lomo de cartón se
decía así misma envidiante de su perfecto vuelo desplumado, con el que a primera
vista todo parecía mentira. -¿Es posible que tal criatura con tan pequeño
esqueleto logre un vuelo tan extenso? – Se decía con las garras entrelazadas, y qué de sus patas, podían palpar el suelo,
mientras que ella allí sentada no podía sentir nada más que las polvorosas ventiscas
y escuchar sus propios crujidos por el longevo cemento. También observaba todo
desde lo más alto, en contra picada, mientras cada persona pasaba por las
calles. Siempre ojeaba el balanceo de las caderas de las mujeres esbeltas que
pasaban por la iglesia, no había nada más perfecto que unas piernas largas y
sin cemento, esas mujeres enjaulaban cada mirada que a su lado pasaban. Y la
gárgola, virgen de miradas, pubescente de admiración, se sentía ignorada,
quebrada y con unas grietas en la espalda. - Qué hecho tan irreversible es
estar aquí como una piedra enclavada a esta tapia. – Lo decía, sin mármol en la
lengua. Escuchando cada uno de sus pensamientos, que eran entrecortados por las
bocinas de los autos de la gran ciudad, y el tic tac del reloj que marcaba la
hora exacta con su saeta oxidada, que al marcar el paso rechinaban por falta de aceite;
olvidadas como ella, la vieja gárgola. Qué irónico que muchos quieran estar en
lo más alto, mientras yo aquí deseando estar allá caminando entre todos ellos. Haciendo
más grietas en el piso con mi taconeo.
“Algún
día de este retén saldré, en el medio del sol y el viento estaré, pescaré
estrellas con las esquinas de mis alas, acunaré el cielo en mis entrañas. Puede
que me pare en un árbol a ver unos pichones nacer, o tal vez me vaya a un
arroyo y comer atún o pez. Iré a una playa con mi mejor cara de mujer honrada,
luciré mi cuerpo que por más de un siglo no hizo más que recibir lluvia y
truenos. Estiraré mis pies de alma cóncava y ellos correrán, hasta desbordar
mis nalgas con arena. ¿Me haré un tatuaje? ¿Iré al mercado? ¿Oleré flores?”
Pobre gárgola, de tantos sueños se alumbraba, pero su triste realidad no
cambiará. Seguirá adherida a la plancha de esa iglesia maligna, viendo siglo
tras siglo otros correr y vivir, pobre gárgola, cual envergadura de azufre nunca podrá mostrar.
Escrito por dos gárgolas de risa hundida, espíritu esponjoso y fulgor tembloroso. Amiga mía, querida Emmy, MisIronias.
Escrito por dos gárgolas de risa hundida, espíritu esponjoso y fulgor tembloroso. Amiga mía, querida Emmy, MisIronias.
lunes, 6 de febrero de 2012
Se hace más.
Por aquí se exprimirá mi cerebro, sus pasillos se inundarán, absorberán todo cual paño de montaña, donde un espíritu descalzo patina en el tenedor, con el que come la golondrina de sulfuro.
Se hace agua más la boca del que no come que del que silva.
Se hace más boca el que no come que el que silva con agua.
Se hace más plato el que se lanza de clavado que el que aterriza en las cejas de un anciano.
Se hace más cerrojo el que nunca tuvo la llave que el que abre con la lengua del zapato.
Se hace más invierno el que se derrite en unas piernas que el que se congela por unas tetas.
Se hace más pestaña el que viaja por el impulso de un viento sin papel que el que mira.
Se hace más niña el que saca pecho endurecido y dientes postizos que el que sufre por amor.
Se hace más lágrima el que toma su navío y se desliza por la corriente que el que llora por dentro para verse fuerte.
Se hace más corchea el que toma su trampolín y brinca por el pentagrama que el que toca con el alma cerrada.
Se hace más vino el que bebe con la conciencia impresa que el que da de tomar para abrir piernas.
Se hace más cosmos el que con los dedos vuela que el que con la brisa navega.
Se hace más rodilla el que con el libro tropieza que el que se agacha para recibir monedas.
Se hace más silencio el que grita con los ojos que el que calla a la fuerza.
Se hace más despedida quien se despide para volver que el que se va por cobardía.
Se hace más poeta el que frasea con la risa del arpa que el que tararea con la brisa de unas alas sin péndola.
Se hace agua más la boca del que no come que del que silva.
Se hace más boca el que no come que el que silva con agua.
Se hace más plato el que se lanza de clavado que el que aterriza en las cejas de un anciano.
Se hace más cerrojo el que nunca tuvo la llave que el que abre con la lengua del zapato.
Se hace más invierno el que se derrite en unas piernas que el que se congela por unas tetas.
Se hace más pestaña el que viaja por el impulso de un viento sin papel que el que mira.
Se hace más niña el que saca pecho endurecido y dientes postizos que el que sufre por amor.
Se hace más lágrima el que toma su navío y se desliza por la corriente que el que llora por dentro para verse fuerte.
Se hace más corchea el que toma su trampolín y brinca por el pentagrama que el que toca con el alma cerrada.
Se hace más vino el que bebe con la conciencia impresa que el que da de tomar para abrir piernas.
Se hace más cosmos el que con los dedos vuela que el que con la brisa navega.
Se hace más rodilla el que con el libro tropieza que el que se agacha para recibir monedas.
Se hace más silencio el que grita con los ojos que el que calla a la fuerza.
Se hace más despedida quien se despide para volver que el que se va por cobardía.
Se hace más poeta el que frasea con la risa del arpa que el que tararea con la brisa de unas alas sin péndola.
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